Cada grado que baja el termómetro tiene consecuencias en la piel. Se debe tener en cuenta que el frío genera una vasoconstricción para minimizar la pérdida de calor al exterior, por lo que la circulación sanguínea en la piel se reduce, recibe menos oxígeno y se genera un deterioro de la capa hidrolipídica. Además el frío quema la superficie de la piel volviéndola reseca, sensible, aparecen rojeces y, en algunos casos, asperezas. Y para terminar, están los factores externos que también resecan la piel, como el aire seco (consecuencia de la calefacción, que extrae la humedad de la piel), el lavado diario y la exposición a detergentes fuertes.